Trascender es fruto de la acción.
Por Eli Quezada
Desde que tengo uso de razón crecí escuchando sobre
mis bajas defensas; mismas que causaron todos los males que se avisaran en la
región. Fui una niña asmática, curada con -yo no sé qué cosa-- milagrosa que no
se me puede revelar. En mi rosario de
enfermedades se pueden enumerar, además, la debilidad porque fui muy lánguida,
y me caía cada dos segundos; para colmo, alérgica a todo. Y esos episodios de
alergias me irritaban la piel, los ojos, ocasionando rinitis entre otras molestias,
en fin, una niña cristal.
La incontinencia urinaria fue la pesadilla de todas
las noches, para mí y para mi madre que, noche tras noche, me cambiaba la ropa
de cama y me permitía seguir durmiendo en seco; claro, con las susodichas
amenazas, al amanecer, de ponernos a orinar sobre un ‘fogón’ caliente, etc.
Mojé la cama hasta los doce cuando aprendí a develar
el placer de la lectura por las noches, cuando la quietud y el silencio
conspiraban para que el estudio fuese profundo y eficaz. Al acostarme tarde, ya no tenía ocasión de
mojar mis sábanas pues visitaba varias veces el baño antes de dormir. En ese
momento supe que comencé a crecer. A mudar. A cambiar. Pude trascender a esos
episodios gracias a mi voluntad férrea de ser y estar mejor, a pesar del dolor.
Mi mejor amigo, Tomás, me prestaba grandes libros de la
literatura universal que fui descubriendo gracias a esa complicidad. A pesar de
todos los pesares, fui proactiva. Y me encantaba estudiar y participar de mil
actividades.
Leía enajenada los cuentos de Agatha Christie y los
coleccionaba. Me gustaba el arte, cantar en tunas, coros, bailar, dibujar y
tener novios, claro y amigas. Y hasta trabajaba medios tiempos cuando terminaba
el bachillerato, y luego la universidad… solo, no negociaba mis noches. Las
noches las dedicaba al estudio y a la lectura.
Dormía muy poco a los veinte. Unas tres a cuatro horas,
para luego levantarme a trabajar por unas ocho; y luego ir a la universidad o a
alguna academia de idiomas, o vaya usted a saber. Luego el tiempo de ser madre
y esposa, y las disfuncionalidades, y el cargar con los fantasmas propios y
ajenos, etc. comenzó la soga a apretar.
Todo esto para indicar que no sé cuándo, cómo ni por
qué comencé a sentirme pusilánime. Y es que el ánimo, las fuerzas, el deseo
comenzó a decaer. No sé si a falta de tantas horas de sueño o, a la llegada,
para nada triunfal de los cincuenta junto a un divorcio consentido y necesario;
y lo peor, sufriendo el síndrome del nido vacío, al casarse mi segunda hija.
La verdad es que no sé cuándo me volví estacionaria, conformista,
estatua inanimada, copia barata de una mujer otrora luchadora y perfeccionista
que se cayó seis veces y se levantó siete… Cierto que los golpes y los fracasos
personales nos hacen flaquear, nos afinan como al diamante en bruto; para
sacarnos todo el brillo que poseemos. Pero, también es cierto que las
enfermedades nos postran, nos someten, nos matan esa fuerza vital que se
necesita para ser “excelentes” para ir a –por más- para no ser, justamente,
pusilánimes.
Y sí, me confieso embalsamada. Puesta en mute.
Y sí, me confieso embalsamada. Puesta en mute.
¿Soy pusilánime, yo?, luego de tantos cambios, de
tanto aprendizaje, de tantas partidas, de tanto morir viviendo.
A propósito de estas preguntas quise definir el
término ‘pusilánime’, para entenderlo y entenderme…
Un ser pusilánime, nunca se pregunta: - ¿puedo hacerlo
mejor? Y es porque teme al cambio, al riesgo, a la movilidad, al fracaso,
incluso al sueño-meta, a la ambición. La pereza y la desidia lo apresan. Por tanto no se traza metas, no tiene
expectativas de nada. Mudarse es salirse
de la zona de confort. No es mudar de casa sino mudar de pensamientos, de
objetivos, de temas, de posibilidades. Es transitar ese camino de imperfección
en busca de una “perfección” etérea, quimérica, pero anhelada.
La ilusión nos permite crear y hacer magia de la nada.
Cuando nos conformamos con la mediocridad le ponemos barrotes a la excelencia.
El pusilánime se encasilla, se instala cómodo en un sillón confortable y
seguro. Es incapaz de probar nuevas rutas, de lanzarse en paracaídas o de un
parapente, ¡qué digo! No busca ni crea proyectos; se cierra a las oportunidades.
La persistencia y la tozudez no son cualidades de un pusilánime. No. Este, huye
de la acción, del trabajo y de las iniciativas. Entonces, no se trata de epítetos,
de lo que se trata es de verbos; justamente porque mudar es un verbo que
aprendemos, sólo en acción.
E. Q.
Notas.
*Según la Real Academia de la Lengua, Pusilánime (Del lat. pusilánimes) significa:
1. adj. Falto de ánimo y valor
para tolerar las desgracias o para intentar cosas grandes. U. t. c. s.
Obra: Rosa Esther Lamarche, artista dominicana. (Acrilico sobre tela)
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