De cambios: apego y des-apego...

(Fragmentos de mi diario)\

Por Eli Quezada

Imbuida en una suerte de abstracción viajé al momento de la boda, cuando observé aquella foto de mediados de los ochentas, Una luz refulgente resaltaba lo blanco hasta la invisibilidad del vestido de novia. ¡Si yo lo hubiera sabido…! Pensé. Si hubiera sabido que sus días estaban contados hasta la edad de Jesús, treinta y tres, el adiós entre nosotros se hubiese prorrogado.

Ese día (de la boda) todos brindaron por nuestro amor y felicidad; el jardín de su casa fue testigo de la celebración en estricta intimidad, salvo esos grandes amigos de ambos que nos estuvieron acompañando. En la iglesia puso la nota sacra y genial dirección, su tío, el padre César Hilario y su majestuoso coro, orgullo del país, Orfeón de Santiago.

Fue miembro de esa agrupación hasta su partida. Yo pertenecí, eventualmente, luego de conocernos en el Coro Universitario (PUCMM) que era dirigido por el mismo Padre César Hilario, y solia unir ambas instituiciones corales. Luego nos hicimos novios; nos casamos; nace Emily y, no es  hasta que Marie viene al mundo, que decido dejar los coros...

Los cambios siempre fueron una constante en mi vida. Como si la lección fuera aprender del apego y desapego se me fueron arrebatadas todas las cosas, y las personas. Incluso eventos irracionales que fueron motivos de mi lejania.

Lo abandoné. Me separé, finalmente, un año antes de él morir; nuestra relación, cansada de ser resorte, -unas veces arriba y otras abajo- necesitaba oxigenarse. Ya no podía dejar a mis dos hijas al cuidado de la abuela. Yo no quería despegarme de ellas. Ya no disfrutaba trabajar horas extras robando la posibilidad de calidad de tiempo a mis hijas. ¡Lo material no educa ni forma al individuo!Ni la ropa, ni los juguetes, ni nada material compra la estabilidad mental y espiritual del hijo o hija, Por eso era importante para mi el tiempo y la dedicación a mis hijas.

¡Qué placer era reconocer cada palabra, cada gesto, cada mirada nueva que aprendían! Contrario a mi esposo, yo era muy pro-activa, extrovertida y apasionada con todos los temas... Quería todo para ayer; aunque, en lo aparente lucia timida y despreocupada.

Vivía estresada y arrodillada al progreso como todos; inventando señales de prosperidad; atada a  la combinación de los zapatos y la cartera: si eran Nine West o Manolo Blanick, mucho peor... fui experta en copiar la moda de Coco Chanel. Lectora de Cosmos y Good housekeeper. Compradora compulsiva de perfumes: presa del olor de Chanel y Nina Ricci... del agua de baño Jean Nate y de la marca Revlon para el pelo: en fin, una vida plástica, ligth; leyendo sí, sin abstraer nada… envenenada de vanidad y soberbia; de falsas máscaras que ocultan lo trascendental, lo espiritual.  sólo llenándome el cerebro de información y experiencias, que más tarde, (hoy) necesitaría.

Fui una esclava de la moda y de la belleza. Eso sí, siempre fui buena madre y mejor hija. Mi familia siempre fue mi norte, mi sur, mi todo... Mi familia me salvó.

Gracias a las creencias cristianas viví aterrorizada de pensar que algo superior nos vigilaba con ojos azorados y lupa, siempre a la espera de castigarnos cuando infringiamos las leyes divinas. Las necesidades de mis hijas estuvieron o están por encima de las mías. Las acostumbramos, por iniciativa mía a acompañarnos a todos los eventos culturales y sociales, siendo muy chicas… sabían comportarse en el cine, en una exhibición de pinturas o libros; igual en una pizzería-heladería… con una que otra mancha 'indeleble' en sus vestiditos; y hasta en los salones de belleza. Recuerdo a Emily, la mayor, como tomaba los cubiertos y se acomodaba la servilleta en las piernas, cuando apenas alcanzaba el plato… Y yo siempre navegando en dos polos, por un lado la madre abnegada y apegada a mis hijas veinticuatro siete; y, por la otra, la artista sensible, visceral, la que ensayaba, la que pintaba como hobby, la que tenía presentaciones dentro y fuera de la ciudad. La empleada de una empresa importante, la que pertenecía a un grupo social, donde nos reuníamos por cualquier motivo;  hasta que se me rompió la vida como cuando te cae un balde de agua fría desde un jarrón de rosas en la cabeza, justo a la mitad de la vida, cuando todo, debiera funcionar al máximo… una metamorfosis, un cambio, una oportunidad de crecer se me presentaba y yo, en el momento, sólo pensé en que mi vida había llegado a su fin… más tarde, como si todo esto fuera poco, se marcha del plano físico el que fuera como un ángel… y me quedo más sola que siempre. El no pertenecia a este mundo. Ahora estoy segura.

Y otra culpa se cierne entre mis culpas... aunque yo siempre fui la que dio vida a esa relación. El hacía esfuerzos y ganaba 'algo' de dinero que, cuando veníamos a ver, ya estaba destinado al último disco de Juan Luís Guerra, que no era -Mudanza y Acarreo-, ese ya lo teníamos, sino el siguiente. Eso si yo le reclamaba con gritos y lágrimas sobre su imposibilidad de hacer una lista de prioridades: de gastos y egresos;  y al final el amor triunfaba y terminábamos bailando a Juan Luís y su dichoso nuevo álbum.

Cuando lo escucho, a este icono de la escena musical dominicana, me da una inmensa felicidad, me recuerda nuestros años dorados, nuestra radiante juventud, hinchados de deseos,  cuando el amor se descubria en la mirada. Y eras feliz y nos hacía feliz. No recuerdo a otro ser humano que se sintiera más feliz consigo mismo. Seguro de lo que quería. Nada material. No prestaba oídos a ninguna sugerencia de adentrarse en el mundo común, tramposo, doble-cara, políticamente correcto. No. Nadie te pudo cambiar, ni siquiera yo, y ¡mira que me amaste! Me amaste como nadie. Aún conservo tus besos sellados a mi piel.

Y cuántas veces te crucificamos, todos. ¡Cuánto te exigimos que pensaras en el futuro, que crearas proyectos, que construyeras metas, que te enfocaras en algo provechoso: no en la vida aparentemente 'light', si te recordamos en tu pasión por la gimnasia, por la bicicleta como deporte, por los aeróbicos, no por el culto al cuerpo 'per se'; sino en tu búsqueda natural de salud. Y si te pensamos escuchando horas enteras a Bach y a Tshaykoski; o  a la maravillosa colección de grandes obras, que tiene tu padre, -tanto en libros como en discos clásicos-, cuando creimos que existias solo para el solaz, sin imaginar que venias de paso a esta vida, como un turista o pasajero fortuito.

Recuerdo los cursos de historia del arte que ambos tomábamos cuando aún fuimos novios despreocupados con todo el tiempo para hacer y deshacer las cosas. ¡Quien lo diria! Fuiste un gran maestro para todos.  Me enseñaste mucho en tu efimero paso por mi vida, como mi primer esposo y como padre de mis hijas: me enseñaste que la vida no debe estar llena de afanes por lograr inalcanzables metas sino que se vive dia a dia, de momento en momentos. Aún no lo aprendo. Me enseñaste a respirar minuto a minuto; a despreocuparme por la hora siguiente.

Y sí, hubo señales, las hubo por todas partes… tu fijación por lo pasado como por Agustín Lara… que me hacía llorar a mares como en un ensayo premeditado de la ausencia que vivirían mis hijas. Y también sé que hiciste muchas cosas por complacerme a mí, a tus padres, a la sociedad, como todos…que nos creemos culpables si no acatamos las órdenes, aparentemente normales de la vida. ¿Es la vida una condición humana o animal que dependa de grupos de opiniones y de cánones preestablecidos como un uniforme que debe servir a todo el mundo? Pienso que no. La vida no te sirvió, siempre anduviste estrecho con las bolas apretujadas y con la mirada llena de miedo. Miedo de los otros, miedo de la crítica, miedo de la exclusión, miedo del fracaso, miedo de la aventura, miedo a la infelicidad.
¿Cuándo aprenderemos a respetar las decisiones de los otros, a dejar que cada quien sea responsable de sus vuelos, de sus aterrizajes, forzados o no… de sus éxitos y de sus fracasos?
Como madres y padres, novias y esposas, hermanos, amigos queremos controlar la vida de las personas que, supuestamente, queremos, y digo supuesto porque eso no es amor. El hombre y la mujer, por naturaleza, son entes libres. Es más, Dios nos creó con libre albedrío, no obstante, cuando nacemos, nos vemos atados, amordazados, encadenados a una serie de conceptos que desde la inquisición son leyes creadas por un grupo de gente que no tenía más nada que hacer, sólo jugar a imponer la voluntad.

Juzgar a la gente que se sale de lo establecido, a los llamados inadaptados, o a los locos, a los 'diferentes' es una exclusión que ni siquiera es biblica, porque Jesús fue siempre incluyente. El amor se brinda sin condiciones. Sin mordazas, sin atenuantes, sin esperas...  y yo, sabía de controles, de condiciona/miento. De matriarcados y de imposiciones, de castigos y pecados... si hubiese sabido de tu corto paso por esta vida, probablemente, nada cambiaria...

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