Y cientos de preguntas mudas se aparcan en mi cabeza. Y
vuelve la duda razonable a poblar mi conciencia. Y los motivos se susurran a
gritos; y la verdad se esconde en especulaciones de grandes titulares.
Y es que el mayor culpable de todo este desmadre es el mismo
hombre. El hombre que ha olvidado a Dios.
El hombre que se infla cual globo de festejos y se autodenomina, todopoderoso.
Es el ego. Son los afanes por el tener y por el maldito
poder. Son los deseos, la vanidad, la vanidad, los deseos. Los mismos que
alimentan nuestras bajas pasiones. Y el pecado se gangrena en la piel y en el
corazón de todo aquel que se aísla de la fe.
Y son los pecados
capitales, aquellos que, imperceptiblemente van moldeando a ese hombre o a esa
mujer, en un maniquí manipulado por un
ente invisible que se desfigura o transfigura cada cuanto se ve en el espejo;
porque no es más que el mismo o ella misma, endiosado-a. Intocable.
Y se cree sus propias mentiras. Y se piensa infalible e invulnerable.
Error.
Y es allí cuando empoderado de todo su ego, toda su
magnificencia, todo su engreimiento y egocentrismo se olvida. Se olvida de lo
vulnerable que somos. Somos mortales. Y suceden estas cosas: nos equivocamos.
Cometemos errores. Unas veces tenemos la oportunidad de resarcirnos,
levantarnos y seguir caminando. Otras veces, como en esta ocasión, para estas
personas, no hay posibilidad de enmendar el camino ni cambiar de forma de vivir
la vida, ni de dosificar las pasiones que la política unas veces, o el deporte,
otras veces, por no decir, esa búsqueda errada de la inmediatez económica y de
los placeres efímeros no importando el modus operandi.
Y cuando suceden estos hechos recuerdo al escritor Roberto
Marcallé Abreu y su capacidad inmensa de profetizar o visualizar hechos similares
en sus narraciones varias (Las calles enemigas, Bruma de gente inhóspita, entre
otras)… ¿Es que el caos y la anarquía se apoderaron de nuestras calles? ¿Cuándo
comenzaran a dar ejemplo desde arriba y no lo contrario?
Nueva vez el dinero es la causa de un enfrentamiento. Nueva
vez una discusión estéril se interpone entre la razón y el juicio de valor que
debe primar ante la animalidad y el descontrol. Nueva vez las pasiones bajas y
el desenfreno político deja hechos de sangre alarmantes.
La vida es más que el dinero. Es más que los carros, es más
que la ropa y las comodidades. Sin vida no hay nada. Respetemos la inmensidad
creada a nuestro derredor. Respetemos a Dios y sus principios. Respetemos la vida
del otro y la nuestra. Llenemos nuestra vida del espíritu de Dios.
Reflexionemos amigos lectores. Vamos a valorar al otro.
Vamos a mantener nuestro nivel de tolerancia en alza nunca en baja. No permitamos que las acciones impropias de los otros nos afecten o nos
estresen. Si tenemos a Jesús como guía seremos faroles de luz ante tanta bruma
y tantas ansias del ‘tener’ antes que ‘ser’. Aprendamos a regocijarnos en la
bellezas gratuitas que nos aporta un amanecer en las montanas; o un crepúsculo
a orillas de nuestras playas. Aprendamos a valorar lo que tenemos, no lo que
nos falta.
Eq.
*Parafraseando con títulos de las excelente novelas de Roberto
Marcallé Abreu: “Las calles enemigas” y “Bruma de gente inhóspita” …
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