Could it be magic (Pudo ser mágico)

"El amor se inicia como el encuentro fortuito de dos huellas en el exilio". Jacques Lacan
Fragmentos de una época donde ella iba a la iglesia todos los domingos cubierta de una mantilla de finos hilos entretejidos cual novia celada que se desdibuja en mi memoria como dice Jacques Lacan “como un nudo borromeo o acto de creación”.
Cuando rezar con devoción para llegar a tener dieciocho años fue su afán. Quería vestirse de mujer, mostrar sus atributos erectos, desafiantes. Ponerte tacones, colorearse la cara. Quería conocer el sabor de los besos. Salir a bailar a la disco hasta las doce en las noches de sábado con el vestidito blanco tipo Marilyn-Monroe, listo a encaramarse hasta la cintura al compás de los ritmos de finales de los setenta y ochenta, y ser parte de la fiebre. Con la espalda descubierta, pero forrada con su espesa melena que ondeaba al viento olores inmaculados, efluvios, gracia, feromonas, deseos prohibidos, falda alucinante y ritmo: todo para revelar más allá que las piernas. Su inflado sexo que le hablaba. Fue una fiebre de deseos confesos, neurosis de la piel que clama sedienta en compulsión. Un Eros sin cupidos ni flores.
Y bailó a ritmo de Donna Summer y su “Could it be magic” cuando creía que no lo era. Cuando comenzó a verse mujer, a sentirse mujer, a ser mujer. Y todo fue mágico aunque los rastros de su corazón roto quedaron fosilizados en esa era de ámbar, como un simple escarabajo diminuto dentro de la piedra semipreciosa. Cuando todo fue verdad, no pensó en las mentiras. El amor se pintaba de colores y la pasión la vistió de escarlata, hechizando hasta el aire que respiró. Y lo que era esa risa loca y contagiosa de la edad recién estrenada. Esas carcajadas que exponían hasta el pensamiento, sin rubores ni vergüenzas, la credulidad intacta hasta sucumbir ensangrentada en las sábanas de un experto ladrón de carne-fresca y labios henchidos de expectativas futuras. Pudo ser mágico como dice la canción de Summer que tantas veces bailaron. Y Roberta Flack la hizo morbosa, laxa, masoquista y suicida de amores cuando por vez primera cantó “Killing me softly” (mátame suavemente) y supo que el amor es como un vampiro hambriento de sangre: chupa, succiona, se alimenta hasta matar. Como una víbora insaciable envenena a su víctima sin motivo. Supo que el amor la hizo reír y llorar. Y es que el amor te levanta en un ala y te deja caer desde una nube imaginaria. No supo que el amor se guarda para alguien especial que lo aguarda, que lo espera. No supo que el amor es el mismo, lo que cambia es el que da y recibe. El amor cambia de casa. Se transforma, se cansa. Y ya no bailaba la salsa que tanto le gustaba en la voz del grupo Niche; ya no fue más el centro de atención cuando sonaba “Last Dance” y junto a las chicas Bustamante, se disponían a sacarle el brillo a los tacones. La disco (discoteca) se convirtió en un espacio lejano, vacío, sin risas, con ruidos y heridas. Los temas del momento ya no fueron sus preferidos. Incursionó en los clásicos, las artes, los muertos que, como ella, eran luz apagada: solo sombras. Los seres vivos somos poco confiables, pensó, no siempre dicen la verdad. “Si amamos no deseamos. Si deseamos, no amamos” como dice el reputado Escritor y Psicoanalista dominicano Armando Almánzar Botello que dice S. Freud. Ciertamente, pudo ser mágico su primer amor, pero no lo fue. Copyright©Elizabeth Quezada, 2012. (Tout ou rien : Los años ámbar)

Comentarios

Eli Quezada ha dicho que…
Gracias poeta, mujer, amiga, por salir de tus bien ganadas vacaciones del trajín literario para posar tu mirada y tu elogio a mi prosa. Mucha luz!!!