Parte 2: Y todo comenzó bailando.

Por Eli Quezada (Fragmento)

Cómo explicar cuando quedamos suspendidos en el momento exacto de esa mirada- chispa de luz, irradiación total, entre un apagón de realidad y un viaje etéreo dentro de aquel bullicio-susurro que acaricia los vellos erectos de una piel muerta por una decepción prematura.

Rostros disímiles, pieles multicolor, juventud, belleza y senectud, todos con un mismo don: dibujar y pintar, crear realidades y fantasías, o puedo decir en este caso, copiar la belleza estampada por otros. Con sus idiomas natales y sus lenguas heterogéneas platicaban entre unos y otros; y todo se sintió como en una Babel postmodernista.

Y un sorbo de café caliente nos quemó la garganta… y nos presentaron, y me pedían confirmación a una pregunta: -¿Eres dominicana? Sí, le contesté, Paola es mi nombre, y sali abruptamente de aquel éxtasis a primera vista. El olor del tinto embriagó nuestros sentidos... ya hervía en nuestra sangre insular la pasión.

Nos hicimos el amor con la mirada. Mientras uno decía: I`m David, hi… otros decía: - yo soy Javier –un joven bohemio de pelo largo y enredado caracterizando en su vida diaria a un poeta de la calle. Luego una barbie de cuatro décadas replicaba tímida y con cierta gracia: Me, Valentina (con marcado acento), al juzgar por los propietarios era la más valiosa y virtuosa de todos. Exenta de todo ego, trasparentaba una mujer sufrida, que no era libre. Luego ella misma nos destaparía sus complejos, sus miedos a vivir en la libertad que ofrece la democracia, que ella aprecia de reojo por la vida austera y de necesidades que conoció desde pequeña en su Rusia comunista.
Un hombre más aturdido que yo, me dice: -Yo soy Boris-. Ruso pero con acento distinto a la rumana. Luego me entero que fue soldado y tenía muchas cargas sicológicas por las tragedia que vivió en los conflictos armados.

La primera dominicana que trabajó en esa galería fue una popular y ojialegre morena, con un ajustado trasero -cuando todavía no se ponían silicón en las nalgas-, me dice: Soy Santa (con todas las características de una diabla que luego corroboré). Un peruano se acercó y me dice: Soy Hugo. Y así todos me hicieron sentir como en casa. La verdad que esos años fueron realmente dorados, me sentía nadar con la corriente. Yo, que siempre fui contracorriente de todo tema, situación y estilo de vida hasta que llegué junto a ellos. O, mejor dicho, desde que llegué a New York. Los países desarrollados tienen la virtud de desnudar al individuo en sus temores y crearle una piel nueva o coraza a fuerzas de aprendizajes intensivos.

Todos descorchaban refrescos y envases de comidas en tupperware congeladas, listas para usar el micro y calentarla; cuando no…algunos la ponían desde temprano a orillas de los tubos de calefacción del sótano. Un sótano ligeramente enmohecido y oscuro donde guardaban los tarros de pintura y pastas modeladoras que se usaban en los lienzos; y a los chinos viejos e indocumentados; y a todas las nacionalidades, hasta que se vulneró la seguridad nacional, -Luego de caer las torres ya nada fue lo mismo- Así como también era la guarida de los ebanistas que lijaban, pulían, templaban la tela, brillaban y terminaban la obra y la dejaban lista para ser colgada en cualquier pared.

Cuando salimos del mutismo de la presentación, Pedro Pablo, que al parecer era centro de atención en el lugar, ya por su liderazgo que luego descubrí. Ya por sus discursos interesantes. Es uno de los hombres más cultos que me honra conocer. Luego me entero por él y otros que definitivamente yo era la cara femenina de su personalidad, como su cruz, su alter-ego, su mujer ideal. Ambos fuimos amigueros, bailadores; pero lectores compulsivos, reflexivos y una mezcla de filósofos-pedagogos. Era un hombre sabio y fuerte: de firmes convicciones, moreno, grande, entre liberal y marxista. De ojos rasgados, mirada seductora, que presagiaban un infiel empedernido.
Dios los cría y yo los busco. Como cortados por la misma tijera. Estaba asistiendo a una crónica de una pasión con final. Volviendo a la presentación, me habla mi primer amigo del lugar, Minier, un dominicano (reconocido artista) dijo en voz alta, que yo debía bailar bien por la fama que tenemos en el país de ser buenos bailadores; y el cubano (Pedro Pablo), aprovechando la situación, me invita a dar unos pasos de una salsa que sonó en la radio del señor ebanista (específicamente una salsa del dominicano José Alberto, el canario, de título “bailemos otras vez”), y que dicho sea de paso, pasa el día maldiciendo y nombrándole la madre a cualquiera, especialmente a los judíos propietarios.

Era un viejo boricua cascarrabias a quien quise mucho pues me daba muy buenos consejos. Y nuestras manos sudadas, sucias: con acrílicos y pasta por doquier se tomaron. Y a pesar del temblor en las piernas demostré de qué estamos hechas las dominicanas. Presentí que le gusté mucho, y a mi demasiado. Seguimos comiendo juntos, salíamos afuera, a la pizzería, a Mc Donald’s al frente, a la taberna de los portugueses en la Madison, y poco a poco se nos unieron uno, dos, hasta que fuimos siete amigos latinoamericanos, (dos mujeres y cinco hombres) unidos para divertirnos, conversar, filosofar y hablar del arte.Y nos bebíamos el sueldo entre risas, filosofías y versos.

Me vuelve a mirar y me mata, y me dice: -¿Acepta bailar? Todo se volvió a oscurecer. Supe por qué el amor era ciego, torpe, como fiebre o virus que se pega, dura lo que quiere a pesar de los antibióticos y las curas…hasta que se muda, sin avisos, sin notificaciones y sin anestesias. Sólo arranca la máscara que nos puso en los ojos y se marcha.
Y todo comenzó bailando… y como dice la canción a ritmo de salsa de Franklin Ruiz, “entramos en calor bailando… y todo comenzó bailando”… Luego de esa mirada, ese baile, pasaron varios meses y nuestra amistad parecía perfecta. Muchos meses de conversaciones fortuitas, risas, pinceles y filosofía. Rosas, notas, más miradas perdidas cómplices, toques tímidos, manos agarradas al caminar por esos museos, esos salones de exposición privada, esas vitrinas verticales en el Times Square. Esos sudores en invierno… y, una tarde, luego de una exposición en Chinatown y embriagados por el vino- y los cuentos, y la risa, siempre la risa (nos unió desde el primer día)… esa armonía que nos hacía girar dentro de una burbuja de algodón dulce y salado.

Y la lluvia que nos mojaba al salir a tomar el tren seis que nos conectaría con nuestras realidades. Y el deseo crecía y nos perseguio desde aquel día, desde aquella mirada, desde aquel baile Y como atleta disciplinado, el deseo nos atrapó en la veintitrés y Park… y nos besamos como dos adolescentes sedientos. Sin escondernos, a la luz de todos. Y no importó nada. Ni la lluvia, ni los carros amarillos, ni los edificios que besan al cielo, ni la gente invisible que transito y hablo sola alucinada, anárquicos y nihilistas, ni los grupos de ortodoxos en sus hábitos… todos se esfumaron. No existíeron. Sólo nosotros y nuestra pasión archivada desde aquel mediodía donde todo comenzó, luego de la mirada… bailando. (Continua)
Eli Quezada @Derechos-reservados,2012,NY Part 1: Can't take my eyes off you. (Tout ou rien)

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