Él



Él.
Es el aire que respiro a distancia.
Es mi motor:
mi luz,
mi musa,
mi ilusión,
Mi fuego ardiente…
Es una pasión abstracta de memorias indelebles
selladas en mi piel, en mis vísceras.
Su amor me hizo eterna, etérea,
invencible,
inolvidable.
Me hace escribir de él, por él, para él.

Él.
Es mi lienzo empapado de óleos…es mi pasta modeladora…
Es el diálogo silencioso que embriaga;
la lejana mirada que delata;
dos copas de vino tinto que te incitan a bailar,
a juntar dos cuerpos de fuego que se queman bajo el poder del amor;
de ese amor que corre por la sangre piel a piel:
boca a boca,
vida a vida,
tiempo a tiempo.

Él.
Me mantiene atada a esos días,
y
paso a paso repaso nuestra historia que persiste como reloj de arena.
Horas felices tempranas en tardes oscuras y frías;
Cuerpos trémulos de calores guardados
derretían la prisa de New York en diciembre.
Y el amor se desbordaba en camas compartidas.
Nos derretimos en miel que empapaba las sábanas
y mi interior se vestía de gracia
como si lo nuestro fuera un milagro de los dioses.
Vivo extasiada de recuerdos
y la pasión fue tanta que aún corre desarmada por mis venas.

Y seguiré mi camino de olvido, a la luna,
con mis pies pintados en miel y sal.
Con mis ojos ciegos, secos
y fija la mirada en eternidades perdidas.
Con un pulso visceral que solo lastima el recuerdo.

Él que me dejó llena de gracia;
de ese estado trascendente que me acerca las musas,
a las hadas,
a los dioses…
y que me hace amar irremisiblemente al mismo hombre,
al axiomático dios de barro.

Elizabeth Quezada (pintura acrílico sobre lienzo 40 x 25cm. del año 2002)Exhibida en casa de una amiga en Miami.

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